El equilibrio del alma y la salud del cuerpo

Por Joaquín Antonio Quiroz Carranza

¿Qué es el alma? Diferentes definiciones y explicaciones se han generado: todas diferentes pero en esencia ésta no es otra cosa que la capacidad de sentir, no como lo hacen el tacto, el gusto, el oído, el olfato o la vista, sino de percibir y percibirse a sí mismo como un ser único, insustituible e irrepetible, por lo tanto lleno de bondad y compasión. Pero entonces ¿por qué las guerras, el sufrimiento, el odio, las frustraciones, la venganza, entre otras manifestaciones de lo humano? Por ignorancia y miedo, el hombre no sabe lo que hace y teme infinitamente el porvenir, por ello construye instrumentos con los cuales intenta darse certeza así mismo e imponerla a las siguientes generaciones. Ante la incertidumbre el ser humano ha construido maquinas de guerra, armas, ejércitos, inventado vacunas y fármacos, sistemas escolares, sistemas científicos y filosóficos, todo con la finalidad de darse certeza durante su estancia en este plano existencial y potencialmente en otros. Las guerras son para imponer una forma de apropiarse del universo, una respuesta al miedo ancestral. Mediante ésta se mata al “enemigo”, se destruye su forma de ver y apreciar el cosmos y se impone la del vencedor, arrancando de paso sus recursos naturales y su libertad. A través de la enseñanza escolarizada se neutraliza el libre albedrío y se destruye la libertad de las nuevas generaciones a equivocarse, pues las gerontocracias tienen un miedo atroz a los equívocos de las nuevas generaciones; ellos, los viejos de espíritu -no necesariamente de edad-, quieren un modelo estacionario, sin cambios, sin incertidumbres. El miedo natural genera curiosidad, preguntarse –como los niños- qué hay detrás del monte, cómo son las estrellas, por qué vuelan las aves o por qué las flores emiten aromas. Para reprimir el miedo natural, las sociedades humanas han inventado ideas que lo exacerban: monstruos allende el mar, caníbales, brujas y hechiceras, infiernos, fantasmas, dioses crueles, rincones oscuros del mundo, terroristas, comunistas, entre otras, estimulando el miedo artificial y con ello diversas patologías como las fobias, la ansiedad, el miedo a la incertidumbre, el odio, el racismo, los partidos políticos, las fronteras, los etnocidios, los feminicidios, entre muchas otras. Saber que se sabe es la característica principal del alma y creer que el ser humano es la única especie que pretende saber que sabe es una acción egocéntrica; considerar a las demás especies biológicas entidades sin alma es un equivoco humano, representa que el entendimiento humano aún no alcanza un nivel evolutivo suficiente para entender el cosmos y sus fenómenos. El alma es la energía esencial, primigenia, la que permite comprender lo bueno y lo malo y elegir lo primero. Todo ser humano desea esencialmente lo bueno, desgraciadamente las sociedades de clase opuestas (esclavismo, feudalismo, capitalismo y otros totalitarismos) se construyeron porque sus edificadores creyeron -y creen- que la riqueza económica es el medio para alcanzarlo y sucumbieron ante el cordero de oro. En ese proceso contagiaron al resto de la población y hoy en día el dinero es el centro en torno al cual gira el comportamiento humano: la riqueza económica y los bienes de consumo que pueden obtenerse son la respuesta más ancestral o reptiliana del ser humano: beber, comer, dormir, copular, acciones de defensa y agresividad. Recuperar la esencia del alma humana (ésa que busca desbrozar las taras ancestrales), y avanzar hacia el porvenir es precisamente saber que se sabe, auscultar el cielo y descubrir las estrellas, entender los fenómenos naturales y respetarlos, aprovechando y conservando los recursos naturales, entendiendo que el alma, esa energía vital, es la que une al ser humano con el resto de los organismos y otros entidades como las montañas, cuevas, el suelo, el agua y el aire. Mientras no se reconozca que el objetivo esencial de la existencia del ser humano es la felicidad (y que ésta nada tiene que ver con el consumo de mercancías y el comportamiento reptiliano, sino la permanente conexión con uno mismo), el cuerpo humano sufrirá dolor, odio, frustración, miedo incontrolable, cólera, depresión, deseo de urgencia y prisa, sentimientos de culpa y miedo a la muerte y la no trascendencia. Jesús de Nazaret, – dicen los textos bíblicos- fue vilipendiado por el pueblo, humillado, torturado (crucificado) y finalmente murió. Según narran esos textos, él, aún clavado en la cruz, moribundo, desangrado y extremadamente deshidratado, exclamo “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”. Esta narrativa, cierta o no, podemos asumirla como la metáfora más extraordinaria del perdón, donde el lacerado reconoce que sus agresores no saben lo que hacen y al perdonarlos trasciende, muere y vive la resurrección, es decir el renacimiento, la transformación a un hombre o mujer nuevos. La resurrección, que no necesariamente implica la muerte física, es el único proceso a través del cual el cuerpo y el alma dejan de percibir el dolor y el sufrimiento, es un proceso de evolución del comportamiento donde el individuo deja de ser reptil y se transforma en un verdadero ser humano.