Elecciones y erecciones: el cabaret de las divas en la “democracia” mexicana

Por Joaquín Antonio Quiroz Carranza

TEQUISQUIAPAN, QRO., 30 de mayo de 2018.- Las elecciones son un mecanismo para garantizar la sobrevivencia del sistema hegemónico y en realidad no importa qué candidato gane: siempre gana el sistema. La discusión no debe centrarse en los vicios o virtudes de cada uno de los candidatos sino en el hecho de que su participación en el juego electoral es parte del sistema hegemónico capitalista.

La discusión en esta época electorera debe referirse al hecho de entender que siempre y en todo momento en el desarrollo de los modelos económicos cada uno crea su propio contrario, entonces, ¿cuál es el contrario a utilizar para contribuir- si eso es lo que se desea- a destruir pacíficamente el sistema hegemónico?

Para que esa mezcolanza denominada México baile al ritmo que le marcan las grandes potencias imperiales debe agendar sus elecciones y erigirse (de erección) como un país civilizado y democrático independientemente de las masacres, fraudes, estafas y toda la porquería interna. Las elecciones, sin importar quién gane, demuestran que la nación (nación de unos cuantos) vive en un Estado de Derecho (derecho de masacre, violación, tráfico de influencias y productos). En las elecciones presidenciales de hace seis años votó el 64% de los ciudadanos que estaban en el padrón electoral, y  un 36% prefirió la abstención, no asistió a las urnas o cualquier otra causa.

Cualquier opción que se marque en la boleta significa que ese ciudadano está de acuerdo con el modelo hegemónico capitalista, está de acuerdo en seguir siendo un esclavo, un limosnero de los derechos constitucionales, es alguien que necesita un gobierno para poder vivir. La otra opción es la de los hombres y mujeres libres, aquellos que no necesitan gobierno, que no buscan las migajas consagradas en la Constitución.

El modelo hegemónico capitalista necesita las elecciones tanto como los hombres necesitan las erecciones: mediante éstas se demuestra la virilidad del sistema. Su contrario es el rechazo, éste se efectúa mediante la anulación de la boleta. Si los votos se redujeran a un 10% o menos el gobierno electo no sería representativo, estaría permanentemente rechazado por el 90% o más de los acreditados en el padrón electoral. Esta acción sería la mejor muestra de insubordinación civil, de rebeldía inteligente. Las naciones imperiales (patrones de los presidentes y gobernadores electos), verían que no hay concierto interno, que no hay un Estado de Derecho, que el país no es confiable para hacer negocios.

La anulación del voto, por sí mismo, no es más que uno de los elementos de la rebeldía inteligente; se requiere, además, que los ciudadanos que asuman esta postura construyan iniciativas locales y regionales heterárquicas, es decir horizontales, donde deben predominar aquéllas que se gesten con base en la decisión informada.

La anulación del sufragio conlleva una ardua responsabilidad porque implica la toma pacífica del poder, no del poder político, sino el poder del autogobierno, y este sólo se puede dar cuando el individuo y las colectividades logran la trascendencia de la integridad y la honestidad, no esas que se venden en el cabaret de las divas de la “democracia” mexicana, sino las otras, las que se viven cotidianamente sin importar los 15 minutos de fama, los “likes” o los “seguidores”.

Si se desea nombrar lo contrario a un gobierno electo (independientemente del número de votos obtenido), ese es el autogobierno. Los hombres y mujeres que se autogobiernan obtienen “el pan nuestro de cada día” no como esclavos asalariados sino como individuos libres, sean panaderos, plomeros, zapateros, cualquier oficio o profesión, pero rechazan vender su fuerza de trabajo y en cambio desarrollan emprendimientos libres, justos, equitativos.

Paulatinamente estos hombres y mujeres libres conformarán redes de intercambio justo donde en algún momento de su desarrollo lograrán extinguir el “dinero” para dar paso al cambalache de productos y servicios, intercambio basado en la información. A este modelo le han llovido epítetos de todo tipo pero tal vez el único nombre que le ajusta es aquel donde este México bárbaro y salvaje lleva más de 200 años experimentando modelos de gobierno: unos fueron monárquicos, otros republicanos, en todos ellos el México profundo no se hizo visible ni recibió mejoras, sigue hundido, segregado por el México blanco y racista. Los retos de un modelo de autogobierno son erradicar el racismo, el machismo, la violencia intrafamiliar, la ignorancia, la dependencia de cualquier tipo, recuperar el conocimiento tradicional y ancestral, respetar y reconocer equitativamente los multiversos culturales, proteger y aprovechar racionalmente la biodiversidad, todo ello no desde las leyes o tratados, sino desde la práctica cotidiana, no por obligación sino por convicción.