Por Joaquín Antonio Quiroz Carranza
QUERÉTARO, QRO., 04 de octubre de 2024.-El patriarcado es el conjunto de manifestaciones institucionalizadas en lo cultural, social, económico, patrimonial, sexual, comunicacional y legal, mecanismos todos ellos a través de las cuales genera el dominio de lo masculino sobre mujeres, niños y cualquier otra orientación no heterosexual, es un modelo superestructural organizado piramidalmente y en cuya cúspide se encuentra lo masculino blanco anglosajón heterosexual y hacia la parte basal se encuentran otras masculinidades no hegemónicas sin distingo de color de piel, origen étnico o región del mundo.
El patriarcado fue impuesto globalmente por la iglesia católica, apostólica y romana, así como por la protestante en estrecha fusión con los estados feudales y precapitalistas entre los siglos XIII y XVIII. Para lograr la hegemonía de lo masculino blanco anglosajón heterosexual y desde allí permear hacia otras masculinidades no hegemónicas, se persiguió a sangre y fuego toda rebeldía femenina mediante la inquisición, la cual a través del encarcelamiento, la tortura, la violación sexual, el asesinato, la desvalorización extrema y toda clase de abusos, sometió generacionalmente todo lo femenino y convirtió a la mujer en paridora obligada, enfermera, cuidadora, alimentadora, aseadora, criadora y entrenadora de las nuevas generaciones de dóciles vendedores de fuerza de trabajo.
Este modelo superestructural ha construido todo un entorno ideológico-conceptual y penetrado en las profundidades de la intimidad humana imponiendo una falsa superioridad de los masculino blanco anglosajón heterosexual y estructurando otras masculinidades subalternas, que éstas, a manera de carceleros dominan sobre el mundo de lo femenino, infantil y no heterosexual.
El patriarcado ha establecido hipócritamente lo que en todos los ámbitos debe permear como “bueno”, “correcto”, “apropiado”, por ejemplo la unión genital “debe” ser entre hombre y mujer, siempre en la dirección pene-vagina, sin olvidar que el hombre debe poseer a la mujer, es decir debe colocarse “siempre” arriba y la mujer siempre abajo. Cualquier variante anal, bucal o posicional donde la mujer se coloque en otra posición no autorizada, es patológica y sería castigada por dios, porque es pecado.
El patriarcado ha establecido que lo masculino hegemónico y las masculinidades subalternas deben dominar, por ejemplo en lo cultural, la mujer no debe estudiar, porque a fin de cuentas se va a casar y se dedicará a cuidar a los hijos. Los bienes, muchos o pocos, deben estar a nombre y ser administrados por el hombre. La mujer debe caminar atrás del hombre, no contradecirlo, jamás corregirlo, debe asistir a la iglesia cubriéndose la cabeza y el rostro con la mirada hacia el piso, porque es descendiente de Eva la pecadora y debe reconocer su pecado, su vergüenza, su equívoco eterno.
El patriarcado creó el mito de que la mujer es un mal necesario, que su adjetivo “mujer” deriva de fémina es decir la que tienes menos fe, la que es fácilmente manipulable por satán y su pléyade de demonios. Que la mujer es lasciva, es decir lujuriosa sin control y si no logra la satisfacción de su pulsión sexual entonces es histérica.
En estos tiempos llamados “de mujeres” debemos bregar más intensamente por lograr las equidades, y para desarticular definitivamente la pirámide patriarcal hegemónica y subalterna, es menester insistir cotidianamente en nombrar las responsabilidades históricas de las iglesias y sus religiones, porque han sido y son patriarcales hasta la médula.
No habrá equidades mientras no critiquemos profundamente, incluso el concepto más patriarcal de todos, el de Dios, mientras no destruyamos las culpas impuestas por las religiones y liberemos nuestras mentes de los atavismos inquisitoriales, clavados en la psiquis humana por la aún vigente inquisición católica, apostólica, romana y protestante, así como de todo el séquito de variantes religiosas.
Por ello es que Carlos Marx señaló que “la religión es el opio del pueblo”. No habrá 4ta transformación y tiempo de mujeres, mientras no se destruya la superestructura ideológica patriarcal, cuyo cimiento más recalcitrante son las iglesias y sus religiones.