Querétaro: 40 años del movimiento estudiantil del 8 de mayo de 1980

Por: Víctor J. Echeverría Valenzuela (Colaboración especial para Voz Imparcial)

Fotos: Especial para Voz Imparcial

Para la generación 1978-82 de la Escuela Normal del Estado de Querétaro

QUERÉTARO, QRO., mayo 08 de 2020.- “La historia de vida…intenta recuperar los hechos y sus contextos, que puede ser narrada, ya sea por el sujeto mismo que ha vivido y entra en una coparticipación para recuperar la historia de la persona, contarla, interpretarla, comprenderla y reestructurarla.” Barabtarlo y Zedansky (2009).

“Una historia de vida no es sólo la recolección de recuerdos pasados, ni tampoco una ficción. Es una reconstrucción desde el presente (la identidad del yo), en función de una trayectoria futura… ¿Cómo se construye la identidad narrativa del maestro?… Donde aprender a vivir, ¿no es acaso la experiencia misma?… La vida constituye un todo, un conjunto coherente, la vida organizada como una historia, en el sentido del relato…” Chona Portillo (2016).

8 de mayo de 1980: Por la mañana salimos en marcha de la escuela -la única normal oficial
en el estado- con más de 1,000 estudiantes matriculados en las carreras para profesores y profesoras de educación primaria y preescolar. Algunos padres de familia nos acompañaban. Días antes, supimos que José López Portillo, Presidente de la República (1976-1982) llegaría a Querétaro, entre ingenuidad y cierta esperanza pensábamos que nos iba a recibir, que nos iba a escuchar, habíamos declarado la huelga estudiantil el 20 de abril de 1980 y hacíamos guardias muy numerosas. Bajamos de la prepa sur de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) hacia el llano pedregoso, nos esperaba una columna de patrullas y motocicletas con policías, judiciales y antimotines, de los que íbamos al frente alguien dijo: “Hay que darles la vuelta, la marcha viene bien, somos muchos”, lo intentamos amagando movernos, pero era imposible: ellos tenían la ventaja del llano. Frente a frente: “No van a pasar muchachos, los vamos a detener a como
dé lugar”. Recuerdo que entre ellos sobresalía Zuzunaga, el jefe de los judiciales del estado, un cabrón veracruzano muy alto y de mala fama.

Al primer alegato y forcejeo se soltaron los empujones, las patadas, golpes y escuché varias detonaciones de disparos al aire. Intenté correr hacia el frente pero un trancazo en la cabeza me derribó, el ambiente ya estaba lleno de gas lacrimógeno, entre gritos, mentadas, ruido de motos, patrullas y sintiendo que me asfixiaba por la inhalación del gas, corrí desesperado para tragar bocanadas de aire y atravesar el cerco que habían montado. Días después supimos que hubo muchos intoxicados atendidos en clínicas porque las bombas de gas lacrimógeno eran de principios de los años sesenta, ya era gas echado a perder y peligroso, -por eso sentí que los pulmones me estallaban-, decían que entre los hospitalizados más graves había un policía que al no ser adiestrado para reprimir, agarró la bazuca al revés, ya se imaginan la pendejada que cometió.

Con los ojos llorosos por el ardor, con la vista borrosa y lastimada, llegué hasta las primeras casas, un señor me jaló y me metió a la suya, ya estaban un par de compañeros. En cuestión de minutos la casa se llenó de jóvenes y jovencitas normalistas, llorando, pálidas y pálidos todos, sofocados por el gas, golpeados, asustados, sin saber qué hacer; entre ellos vi a Humberto, le dije – ¿y José Dolores? ¿Lo agarraron, se lo llevaron?- y sólo me contestó – no sé-. Ambos quisimos salir de la casa, saber qué más estaba pasando, ir hacia
donde llegaría el Presidente, les gritábamos que era muy importante que nos dejaran salir, pero las mujeres nos agarraban y no nos dejaron, y con ayuda del señor de la casa nos encerraron en un pequeño cuarto, con la rabia y la impotencia nos abrazamos y empezamos a llorar. – José Dolores González era el presidente del comité de la sociedad de alumnos; Humberto Hernández era el vicepresidente y yo el secretario, ellos iban en cuarto y último año, y quien esto escribe cursaba el segundo-. Ya en calma, nos pusimos de acuerdo para burlar la vigilancia y para escaparnos grité: -ya estamos tranquilos, no nos vamos a ir, dejen que salgamos del cuarto- y así sucedió, ya en el patio y en un descuido salimos corriendo entre gritos para que nos detuviéramos.

Llegué como pude a la entrada de las instalaciones del Seguro Social, ahí iba a llegar el Presidente de la República. Había unas cuantas decenas de normalistas, la mayoría mujeres, pegadas a la fila de militares que hacían valla, el autobús presidencial estaba llegando, había muchos medios de prensa y algunos trabajadores con pancartas atrás de la otra valla, rápidamente llegué hasta el frente de la fila y tomé con las manos la pequeña manta que las compañeras mostraban, con los poquitos que estábamos empezamos a gritar. Una estudiante que traía un montón de volantes y que se movía entre nosotros porque un sujeto de civil se los quería quitar los aventó, volaron por los aires cayendo encima de la comitiva presidencial en el preciso momento en que iba pasando frente a nosotros, inmediatamente un elemento del Estado Mayor Presidencial se me abalanzó y apretándome la garganta me levantó en vilo, las estudiantes lo empezaron a jalonear y gritar que me soltara a la par que los militares las golpeaban y empujaban, me soltó, se me acercó un señor de traje que me dijo que era secretario particular del Presidente, que pasara al autobús, que ya había una comisión de estudiantes pero que uno se tenía que bajar, estaba Pablo García de segundo “B”, Fernando Almaraz y el “Chino” estudiantes de tercero y el hermano de mi compañero Martín Aguillón, un joven profesor de la UAQ, que horas después por la noche en el Consejo Universitario cuando el Rector y autoridades querían mediatizar el ánimo insistiendo que hasta mañana se tomara la decisión, tuvo una destacada intervención con una magistral elocuencia, -la persecución y la represión a los normalistas había alcanzado a los estudiantes de la prepa sur-, en su extraordinaria oratoria sepultó las timoratas intenciones y terminó con esa frase que cimbró a toda la asamblea del Consejo Universitario y nunca se me olvida: “señor Rector, decir mañana, es decir nunca”. Fue así como la máxima casa de estudios entró al movimiento. Muchos meses después, por confesión que me hizo su hermano Martín, el orador de esa noche, en uno de esos días, había recibido una salvaje golpiza que lo mantuvo hospitalizado, este caso no fue del dominio público, nunca salió la noticia.

Fernando me dio su lugar y bajó del autobús, un asistente quería que nos limpiáramos las manchas de sangre que traíamos en la cabeza además de que olíamos a rayos por el gas lacrimógeno; le dijimos que no, que así nos tenía que ver el Presidente. El encuentro fue breve, los pocos minutos que hizo el autobús del Seguro Social a los terrenos de lo que hoy es el Auditorio Josefa Ortiz de Domínguez. Fue una charla atropellada, le pedimos que: liberaran a los estudiantes detenidos; atendieran a los heridos en los hospitales; e interviniera para que se resolviera nuestro pliego petitorio. El rostro endurecido del gobernador Rafael Camacho Guzmán sentado junto al Presidente, con la mirada desafiante hacia nosotros dijo: – señor Presidente, yo he estado abierto a platicar- ¡ No es cierto, Presidente!, lo interrumpí, y dije -el gobernador nos mandó a reprimir porque no quería que habláramos con usted-, el profesor Aguillón le mostró el deshecho de una bomba de gas lacrimógeno y le explicó la manera salvaje con que arremetieron contra los estudiantes y padres de familia, el Presidente preguntó qué es lo que queríamos, le dijimos: que se vaya la directora con todos los familiares y maestros que no dan clases; queremos maestros preparados; necesitamos una biblioteca; un autobús para ir a las prácticas; pero que ahorita nos importaba más y preferíamos que soltaran a todos los detenidos y atendieran a los heridos. Dirigiéndose al gobernador y dándole una palmada en el hombro, el Presidente de la República dijo: – aquí el gobernador, va a resolver el asunto-.

Cuando llegamos al terreno donde estaba el helicóptero, ya nos esperaba Zuzunaga con una partida de judiciales, nos agarramos de Daniel Dorell Bracamontes – así se llamaba el secretario particular- y le dijimos: -por favor no deje que nos lleven, esos nos van a desaparecer-, sólo nos dijo: – hay muchachos, en lo que se andan metiendo-, a distancia se le acercó el jefe policiaco y se decían algo que no escuchamos, Bracamontes nos dejó con un par de federales y se fue con el Presidente, Zuzunaga insistía algo con uno de los agentes, todo indicaba que se estaba negociando nuestra entrega, pero algo pasó, el federal regresó y nos metieron a su vehículo y le dijo a su pareja: -jálate, cree que somos sus pinches gatos, que por orden del gobernador, hay si los quiere que le cueste- y dijo: -ahora si muchachos argüenderos, en dónde quieren que los dejemos- (la actitud prepotente de Zuzunaga, para bien, cambió por un momento el rumbo de nuestras historias), no, no, nos van a agarrar, llévenos con ustedes a la Ciudad de México- suplicamos, -eso si que no se puede-dijo, varias patrullas de judiciales estatales se nos pegaron atrás, la consigna de su jefe era agarrarnos. Se les dijo: – entonces llévenos a la escuela normal, puede ser que esté tomada por los policías, pero ni modo, no tenemos otra salida-. Abrieron la puerta del carro y salimos corriendo en chinga, los otros ya no pudieron detenernos, llegamos a la escuela y estaban muchos estudiantes que habían sufrido la represión, ahí nos refugiamos.

Así viví el 8 de mayo, tenía 17 años, hoy tengo 57. Nunca imaginé lo que después se desencadenó, un movimiento que siendo estudiantil, vigorosamente se convirtió en un movimiento social nunca antes visto y registrado en la sociedad queretana. Se paralizaron las clases en todos los campus de la UAQ; en el Instituto Tecnológico Regional; en los niveles de educación media superior y hasta secundarias; fue tal la magnitud de la indignación del pueblo de Querétaro que tuvimos una solidaridad y gestos de apoyo impresionantes, la escuela normal se convirtió en el epicentro del coraje social hacia las estructura del poder político y de la empatía social y popular hacia quienes en esos momentos representábamos el despertar y la resistencia, muchas organizaciones e instituciones educativas de estados cercanos y del país llegaron hasta nosotros y abrazando la causa, se integraban a las multitudinarias manifestaciones que se hicieron, no sé hasta dónde sería cierto pero algunos supimos en corto que la CANACO y otras organizaciones sociales y empresariales ya estaban amagando al gobierno de hacer lo propio. La marcha que el 8 de mayo de 1980 se hizo por la noche, que partió de C.U. al centro de la ciudad con los normalistas, el Consejo Universitario en pleno, estudiantes de varias instituciones y padres de familia, por su magnitud y fuerza no tenía precedentes en la historia del estado. Al terminar la manifestación, me fui de prisa y llegué a las 10:30 de la noche adolorido y cansado a checar tarjeta en la Kellogg’s, la fábrica que hace los Corn Flakes y en la que varios estudiantes normalistas trabajábamos de obreros para sostener nuestros estudios.

El 8 de mayo de 1980, sus antecedentes y todo lo que después implicó como movimiento estudiantil y social, dejó una huella y una marca indeleble en lo que soy ahora, me formó, me hizo ser consciente que como estudiante y futuro maestro iba desafiar muchas adversidades en la vida escolar y personal, el saber asumir un compromiso para ser un buen profesor y nunca dejar de escuchar y aprender de los alumnos, de los compañeros maestros y de la gente del pueblo; entender que si estudiamos apasionadamente y somos buenos enseñando, las niñas, niños y jóvenes que se atraviesen por nuestras vidas nos recordarían por siempre. Pero también, el movimiento del 8 de mayo de 1980 me hizo ser más valiente, aprender que con audacia e inteligencia podemos contribuir para frenar los actos de injusticia; elevó mi subjetividad, mi ser y pensar de que con paciencia y abnegación podía contribuir en la lucha social y magisterial. Tal vez por eso, muchos años después de trabajar en zonas rurales de Querétaro, salir del estado a trabajar en escuelas urbano marginales del Estado de México y Puebla siempre añoré, como una nostalgia perpetua, lo que había dejado atrás, a los amigos entrañables que nos tocó estar en esos momentos significativos de nuestras juveniles vidas, siempre en la idea de algún día volver.

Las circunstancias y decisiones de vida me llevaron al lugar donde ahora estoy, sigo dando clases en la Escuela Normal Regional de la Montaña guerrerense, una de las regiones de más extrema pobreza y marginación humana que hay en el país. En las experiencias como formador de docentes bilingües para las zonas donde habitan los pueblos originarios y aprendiendo de sus luchas, me llevó a ser el primer Secretario General de la histórica y combativa Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero – en febrero de 2001, a un par de horas de haber tomado protesta ya en madrugada, un vehículo en movimiento rafagueó el edificio sindical, preludio de la gestión que me esperaba. Tres años después, a unos días de terminar el cargo, en pleno poderío de los foxistas, la maestra Gordillo y sus secuaces en Guerrero mandaron 25 autobuses repletos de golpeadores y malandros de toda laya, el enfrentamiento fue en Iguala, resistimos como siempre- esos años tuve la experiencia de haber ocupado todos los cargos y responsabilidades habidas y por haber en la Coordinadora Nacional, la CNTE. Ante las fuertes adversidades y estar en varios episodios dónde más de una vez arriesgué la integridad física, siempre tuve presente, que mi escuela de formación, lo que me dio valor y me enseñó a organizar y decidir, fueron las grandes lecciones de vida que me dejó el glorioso movimiento del 8 de mayo de 1980 de la Escuela Normal del Estado de Querétaro.