Futbol mexicano: violencia, barras bravas, control social…

Por Jorge Coronel

QUERÉTARO, 2 de marzo de 2017.- En días pasados, otra vez la noticia que acaparó la atención de propios y extraños fue el enfrentamiento físico entre las barras bravas de los equipos de futbol Veracruz y Tigres . Y nuevamente el suceso tomó notoriedad única y exclusivamente en la nota roja de los medios de comunicación queretanos. Y por enésima vez la ausencia de la academia universitaria: ¿dónde están los científicos sociales para explicarnos lo que acontece a nuestro alrededor? Pobre academia universitaria: prácticamente ausente en los temas que sacuden al ciudadano.

Desde que tengo uso de razón me apasiona el futbol, en especial soy hincha del equipo de futbol Pumas de la UNAM . Las barras bravas surgieron en la Argentina en plena época de la dictadura militar, siendo en aquellos días el único espacio “democrático” para el ciudadano. Se caracterizan por su ambiente festivo y carnavalesco (bombos, trompetas, confeti, banderas, cánticos…). Y el fenómeno se extendió por toda América Latina, hasta llegar a México… y a Querétaro.

Como todo fenómeno de cultura popular este tema es complejo en su análisis; debemos decir que el surgimiento de las barras bravas pone en entredicho la idea de la “modernidad”, es decir, es una respuesta al Estado que creó el positivismo (a saber: el progreso, la inserción social, la institución educativa, la participación en los partidos políticos, etc.). Esta idea se desmorona, entra en crisis y surgen nuevos mecanismos de asociación: el ejemplo son las barras bravas futboleras.

Por supuesto, el sistema político-económico rápidamente reaccionó y transformó al futbol en un desahogo colectivo. Históricamente el futbol era un espacio de entretenimiento, pero con la aparición de las barras bravas en Sudamérica, a consecuencia de la represión política, la hinchada popular se transforma en peligro para el poder: parte de una probable solución fue la institucionalización del futbol y de las barras bravas.

El fenómeno de las barras bravas, a lo largo y ancho de Latinoamérica, también revela desigualdades de poder (como, por ejemplo, lingüísticas, culturales y, por supuesto, económicas). Al desmenuzar la historia de las cuatro décadas más recientes de América Latina, tenemos que las barras bravas son resultado de muchos factores, destacando las crisis económicas-políticas de nuestros países.

El barra brava (o barrista) se considera “excluído” del sistema, por ende, el pertenecer a la barra es asumir que se está para dar “la pelea” al sistema (muchos cánticos, incluyendo los de los barristas queretanos, dicen en sus estrofas que son “los locos”, “los drogadictos”, “los que van a madrear a la policía y a todo lo que se mueva”, etc.). Aunque seguramente el barrista no se da cuenta a profundidad del significado de sus acciones o palabras, en el fondo está cuestionando la elitización de las sociedades latinoamericanas: es una respuesta a la crisis del Estado ya no a través de un sindicato o un partido político, sino a través de cánticos futboleros. Repetimos, en el fondo, aunque el barrista no esté consciente de su acto, cuestiona el orden social.

Ante esta exclusión, y no es nada novedoso decirlo,  reunirse en la barra brava es sinónimo de “ser alguien”; es sinónimo de pertenencia, de un lugar de iguales; un refugio de marginalidad (pero no de “marginalidad” al estilo de los conceptos clásicos de la izquierda anquilosada: hablamos de marginalidad al discurso hegemónico. En las barras bravas hay gente de clase media y alta que participa y que no se considera partícipe del orden social imperante. La barra brava es un catalizador de cuestionamientos que tal vez no tienen un discurso coherente).

El fenómeno de las barras bravas se extendió a lo largo y ancho de Latinoamérica, entre otros factores como los ya mencionados, gracias también a los medios de comunicación que contribuyen a la uniformidad de gustos musicales, imágenes, vestuarios…

Hay que decir que las barras bravas mexicanas hasta el momento sólo se  han dedicado a imitar en todo a las barras bravas sudamericanas, en especial a las argentinas. No hay más allá, es una mera imitación, están en una etapa de mimesis. No hay relecturas del acontecer local (el modelo argentino de barra brava, a excepción de la barra brasileña, prácticamente es el que se ha adoptado en toda  América Latina e incluso en algunos países de Europa). En el caso mexicano no hay un fenómeno diferente más que la mera mimesis, insistimos: no hay originalidad o un discurso mítico que justifique la existencia de la barra.

Otra gran diferencia es que las barras bravas mexicanas no tienen ningún peso en las decisiones del club de futbol al cual alientan; sus pares sudamericanas, por el contrario, en los casos extremos, deciden qué jugadores serán contratados, cuáles no, manejan boletos de entrada al estadio y son utilizados por los dirigentes como grupos de choque.

Seguiremos analizando qué pasa con ellas y cómo serán (o ya son) usadas por el poder político-económico en turno. Esto es lo interesante, ¿cómo serán usadas las barras bravas  incluso por otros poderes como el narco?