Por Armando Fuentes Aguirre “Catón”
4 de diciembre de 2015.- El galán y su dulcinea fueron a cenar en restorán. Él vio la carta y dijo: “¿Sabes lo que se me antoja?”. Respondió ella: “Sí. Pero primero cenamos”…
Aquel tipo padecía un tic que lo obligaba a guiñar continuamente un ojo. Cierto día invitó a un amigo a ir a su departamento. El visitante se sorprendió al ver pilas de condones por todas partes: en la sala, el comedor, la recámara, el baño. Hasta en la cocina había montones de preservativos. “¡Caramba! –exclamó lleno de asombro-. ¿Acaso eres un erotómano o maniático sexual?”. “No –respondió el otro, mohíno-. Esto es lo que recibes cuando en la farmacia pides una aspirina y luego guiñas el ojo”…
La señora salió del consultorio médico luciendo una sonrisa de felicidad. El facultativo, por su parte, venía abrochándose la bata. Preguntó el marido de la mujer con inquietud: “¿Puedo estar seguro, doctor, de que inseminó usted a mi esposa artificialmente?”…
El dueño de la empresa llamó a su hijo mayor y le presentó a su guapa secretaria. La chica era dueña de ubérrimo tetamen, supereminente tafanario y bien torneadas piernas. Le dijo el ejecutivo a su muchacho: “Vete preparando, hijo. Ahora que yo me retire todo esto será tuyo”… Enfermera: trae usted un termómetro en la oreja”. “¡Santo Cielo! ¿A cuál de los pacientes le pondría ahí mi lápiz?”…
Me agrada el Papa Francisco. Gusto de las heterodoxias, y el actual pontífice ha mostrado cierta tendencia a apartarse de los caminos trillados, al menos en la forma. Me preocupa, sí, que sus palabras y sus gestos no se hayan concretado hasta ahora en acciones que traigan vientos de renovación en cuestiones de fondo tan importantes como el trato que da la Iglesia a las mujeres, a las personas homosexuales, a los divorciados y a otros grupos que siguen siendo víctimas de incomprensión, y aun de injusticia.
También me inquieta que en ocasiones el pontífice diga cosas que no parece haber ponderado antes de decirlas. Sé que dispone permanentemente de la inspiración del Espíritu Santo, pero aun así un poco de reflexión nunca está de sobra. Por ejemplo, al hablar de su visita a nuestro país Francisco manifestó que de no ser por la Virgen de Guadalupe no habría incluido a la Ciudad de México en su itinerario. Ciertamente es impensable que un Papa venga acá y no vaya a postrarse ante la Guadalupana. Pero en la capital del País hay millones de católicos que han mostrado devoción y apego a su iglesia. No ver en ellos otro motivo de importancia para llegar a la ciudad es una falta de consideración.
Advierto un cierto tufillo de política en aquella declaración del Papa, sobre todo si se contrasta con los otros lugares que visitará. Desde luego es atinado que Francisco asuma una posición crítica ante los problemas de violencia y corrupción que afronta México, y que haga notar su postura ante ellos aun con la mera definición de su itinerario. Sin embargo es necesario recordar que pueblo y gobierno no son la misma cosa. Si la Virgen de Guadalupe es importante, también son importantes los guadalupanos. Y todos los católicos de la Ciudad de México lo son. Ellos merecen igualmente la visita del pontífice. Ante el dicho del Papa en el sentido de que de no ser por la Guadalupana no iría a la capital mexicana, los fieles capitalinos tendrían derecho a reclamarle, siquiera fuese con filial acento: “Santo Padre: ¿por qué nos hace menos?”…
Sonó el teléfono en la casa de Himenia Camafría, madura señorita soltera. Levantó ella la bocina, y escuchó una voz de hombre que sin más le dijo: “Mi amor: te estoy deseando intensamente. Ansío salir ya del trabajo. Correré hacia ti. Al llegar te colmaré de ardientes besos y caricias encendidas. Luego te tomaré en mis brazos y te llevaré por la escalera a nuestra alcoba en el segundo piso, como hizo Clark Gable con Vivian Leigh en ‘Lo que el viento se llevó’. Ahí te haré el amor como ningún hombre se lo ha hecho jamás a una mujer”.
La señorita Himenia vaciló: “Mi casa no tiene segundo piso”. Desconcertado, el que llamaba preguntó: “¿A dónde hablo?”. Respondió ella: “A la casa de Himenia Camafría”. “Perdone – se disculpó el hombre-. Me equivoqué de número”. Tras una pausa preguntó tímidamente la señorita Himenia: “¿Significa eso que ya no va a venir?”… FIN.
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