Imaginación, no fantasía, una práctica poco común

Por Joaquín Antonio Quiroz Carranza

Una canción de amor que se mueve
fuera del odio, el miedo, el quizás
Silvio Rodríguez

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TEQUISQUIAPAN, QRO., 2 de septiembre de 2018.- A lo largo de su evolución el ser humano, sin saberlo, fue construyendo sus propias contradicciones: unas, al resolverse, contribuyeron a su crecimiento; otras restringieron su avance y se convirtieron en lastres, en taras ancestrales. El miedo a la incertidumbre y a la intrascendencia facilitó la esclavización de inmensas poblaciones por unas minorías. Los modos de producción se fueron sustituyendo pero las contradicciones sociales, emocionales y mentales se han mantenido en su esencia hasta la actualidad. Hoy, al igual que ayer, las poblaciones humanas viven controladas por atavismos arcaicos.

Cada modo de producción construyó determinados modelos ideológicos fantasiosos con la finalidad de destruir o al menos controlar la imaginación de la mayorías, esa capacidad de construir utopías y hacerlas posible. Una de esas fantasías es el trabajo asalariado, que incluso ni los experimentos socialistas pudieron eliminar. Si bien es cierto que el trabajo como capacidad de transformación es la única forma que tiene el ser humano para disponer del pan nuestro de cada día, debe ser creativo y libre, todo trabajo asalariado es alienante, es decir, enajena al individuo. El trabajo, sea individual o colectivo, debe ser libre, creativo, respetuoso del medio ambiente y de la salud de los otros. El trabajo y su capacidad de transformación debe ser una actividad que construya libertad, bienestar y felicidad, no esclavitud.

Otra atadura, cuyo soporte es el miedo, es la fantasiosa necesidad de la enseñanza escolarizada (invento reciente de la humanidad), que tiene como finalidad, no la construcción de conocimiento, sino impedir a toda costa que las nuevas generaciones tengan la libertad de equivocarse, la enseñanza escolarizada es como un sendero amurallado por donde caminan los niños, jóvenes y adultos repitiendo insistentemente contenidos no significativos; sin libertad para aprender de la realidad, equivocarse, aceptarse y construir su propio conocimiento, no hay evolución posible. La imaginación juega un lugar imprescindible en la construcción de nuevos conocimientos.

El miedo ancestral a la muerte y al dolor construyó sociedades enfermas. En una primera etapa, allá en la prehistoria, las mujeres descubrieron las bondades medicinales de las plantas, los hongos, los animales, los minerales, así como del amor, los abrazos, el perdón y otros remedios sanadores. Durante la edad media, en Europa, la imaginación femenina desarrolló la herbolaria a un nivel extraordinario, pero el oscurantismo de la santa inquisición y santo oficio (así, en minúsculas) sometió al fuego los cuerpos de 500 mil mujeres y posteriormente, en América, prosiguió con la masacre. En 1910, el naciente imperialismo impuso la industria farmacéutica para decidir sobre la vida y la muerte de los dolientes. Por ello imaginar un mundo donde todos – como los apóstoles de Jesús- contribuyamos a la sanación de los afligidos, no es una fantasía sino un imaginario rebelde y libertario.

Otra fantasía del sistema hegemónico es el consumo compulsivo de recursos, incitado por el miedo a la intrascendencia. Éste debe eliminarse y rescatar la rebelde imaginación del aprovechamiento racional de los recursos; no se trata de beber, por ejemplo, una taza de café, o muchas de ellas, por la marca o el envase sofisticado, sino disfrutar una, o algunas, porque con ellas deviene la interacción relacional con otros seres humanos, su olor influye en la memoria y los recuerdos brotan para transportarnos a lugares y experiencias de poesía y amor.

El apego, otra fantasía atávica, es incitada por el sistema hegemónico porque se percibe la acumulación material como el único accionar posible para anclarse y evitar la intrascendencia, pero en realidad la posesión compulsiva de bienes sólo es un placebo, una fantasía de seguridad. Quienes practican el apego material o relacional verifican cotidianamente que este comportamiento no genera mayor felicidad o relaciones de satisfacción, sino mayor complejidad en todos los procesos entre los que se verifican los celos, el odio, la tristeza, la avaricia, entre otros. Imaginar nuevos horizontes de relación con los bienes materiales y los seres queridos es un ejercicio para poder convertirlos en una realidad, es imposible construir algo que no se imaginó previamente.

La imaginación y la serendipia son capacidades presentes naturalmente en todos los seres humanos, pero los modos de producción basados en la explotación del hombre por el hombre se han esforzado por destruirlas o, como mínimo, castrarlas porque una de las primeras acciones en el imaginario humano, independientemente del lugar o época, es la libertad, preguntarse qué es lo que hay del otro lado del monte o por qué ocurren los fenómenos. La imaginación es rebelde y libertaria por naturaleza; recuperarla, desarrollarla, compartirla, asociarla, promoverla y, sobre todo defenderla contra todo tipo de inquisidores, es una necesidad insoslayable, si se desea hacer posible las utopías.