Desde Querétaro, homenaje a Stephen Hawking

Por Joaquín Antonio Quiroz Carranza

El autor es Doctor en Biotecnología; vive en la cabecera municipal de Tequisquiapan

Foto: Time Magazine

QUERÉTARO, 16 de marzo de 2018.- Imaginar “un universo sin un borde espacial, sin principio ni final, y sin lugar para un Creador” representó una inmensa blasfemia, no ya para las estructuras eclesiásticas, sino también para esa nueva religión llamada Ciencia. Stephen W. Hawking, considerado el mayor genio del siglo XX después de Albert Einstein, nos permitió -y permitirá- a muchas generaciones disfrutar de la física en su obra “Historia del tiempo, del Big Bang a los agujeros negros”, una lectura deliciosa salpicada de anécdotas, historia y reflexiones filosóficas.

Sin mencionar la fecha, Hawking cuenta en su libro que el Vaticano invitó a un grupo de expertos para que lo asesorasen sobre cosmología, al finalizar las conferencias este grupo fue conducido ante la presencia del Papa Juan Pablo II, quien les dijo que estaba bien estudiar la evolución del universo después del Big Bang, pero que no deberían indagar en el Big Bang mismo, porque se trataba del momento de la Creación y por lo tanto la obra de Dios.  Ya Hawking había comentado en su ponencia la posibilidad de que el espacio-tiempo fuese finito pero no tuviese ninguna frontera, lo que significaría que no hubo ningún principio, ningún momento de la creación. Esta explicación, en otro momento, le hubiera costado a Hawking compartir el mismo destino que Galileo Galilei.

El 14 de marzo de 2018 se dio la noticia que Stephen W. Hawking había muerto; este hombre poseía una cualidad extraordinaria para preguntarse sobre cosas que nadie había preguntado. Así, en su libro, dice: “Si descubrimos una teoría completa, comprensible para todos, entonces todos seremos capaces de tomar parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios”.

Tal vez esa sea la verdadera meta de la ciencia: hacer comprensible lo incomprensible y permitir la participación creativa de la sociedad civil en todos los asuntos de la ciencia, la política, la religión, romper con ello los límites del principio y del final. Ya hoy Hawking forma parte de la historia, su obra será discutida nuevamente, ojalá que el libro que aquí se comenta se transforme una vez más en un best seller y nuevas oleadas de jóvenes vean al conocimiento, ese árbol que esté en el centro del Jardín del Edén, como una herramienta de liberación.

Consecuente con las leyes de la termodinámica, Hawking propone no una creación, es decir ni un principio, ni un final, sino una transformación continua del universo. ¿No será esta propuesta una excelente oportunidad para reflexionar sobre la importancia de gozar la incertidumbre?

El ser humano, ese minúsculo Homo sapiens de naturaleza aprensiva,  ha buscado incesantemente las certezas, por ello construyó civilizaciones, armas y desató guerras, construye más ciudades e intenta doblegar el espíritu creativo de los niños y los jóvenes mediante la enseñanza escolarizada, la farmacéutica convencional y el establecimiento de dictaduras democráticas y no democráticas. Pero cuando alguien como Hawking puede explicar claramente que no hay principio ni fin, que no hay certezas, que no hubo creación divina, que independientemente de la sabiduría o ignorancia sobre la naturaleza, las energías corporales de cada individuo no fueron creadas ni serán destruidas, sólo transformadas mediante la trascendencia y la resurrección mediante las ideas y las obras que buscan comprender los tantos ¿por qué?

El libro aquí mencionado forma parte de una vasta obra del científico, otros títulos son: “El universo en una cáscara de nuez”; “Brevísima historia del tiempo”; “El gran diseño”; “A hombros de gigantes”; “Dios creó los números”; “La gran ilusión”;  y “Los sueños de los que está hecha la materia”.

“Historia del tiempo, del Big Bang a los agujeros negros”, con sus 245 páginas, hace un recorrido por las principales teorías de la física, escrito en un lenguaje preciso pero coloquial, nos obliga a prestar atención y sin forzar nuestra ignorancia nos suma a su interminable interrogatorio sobre el espacio-tiempo.

Vale la pena dejar por unos días los artilugios tecnológicos, la mundana vida de los conflictos y sumergirse en una lectura que enriquece la mente y sobre todo el espíritu natural del ser humano, para reinicializar la atrofiada práctica de las perennes preguntas y como nuevos Hamlet preguntarse: ¿ser o no ser?